Siglos antes del nacimiento de Cristo, los antiguos mayas eran una civilización rural que cultivaba la mayor parte de sus alimentos, y un cultivo era de suma importancia: el maíz. Para poder cultivar exitosamente el maíz y otros cultivos, los mayas necesitaban marcar los cambios de estaciones en un clima tropical donde la duración del día no varía mucho entre el verano y el invierno. Esto no era fácil, pero los mayas ya estaban desarrollando conocimientos que les permitieran realizar un seguimiento preciso de las estaciones.
En la esquina suroeste de la antigua ciudad de Tikal se encuentra uno de los sitios sagrados más antiguos de los mayas. Alrededor del 600 a.C., los mayas comenzaron a trabajar en este complejo de edificios casi cubiertos por la densa selva. Hoy en día, el sitio se conoce como el Mundo Perdido, pero para los antiguos mayas, tenía un propósito muy visible. Varias veces al año, los mayas subían a la pirámide central del Mundo Perdido para observar el cielo hacia el este. Desde esta posición privilegiada, podían ver tres pequeñas estructuras conocidas hoy como E1, E2 y E3.
Visto desde la pirámide durante el solsticio de verano, el sol asciende detrás de la estructura E1. Durante los equinoccios, sale detrás de la pirámide central E2 y durante el solsticio de invierno, emerge detrás de la estructura III. En la tierra de los mayas, el solsticio de invierno marca un tiempo de sequía, mientras que el solsticio de verano anuncia fuertes lluvias. Sitios como el Mundo Perdido brindan un conocimiento preciso sobre cuándo se acerca un período de sequía o lluvia para los mayas. Usar la astronomía para marcar las estaciones no es una técnica agrícola, es la esencia de la religión maya.